
El sentido del tacto en tiempos del coronavirus/ interferencia
El periódico virtual interferencia.cl publicó, a propósito de la pandemia del coronavirus, un artículo sobre las implicancias de vivir una cuarentena. El periodista Ricardo Martínez contactó a Ana Carvajal para que presentara su punto de vista. El link del artículo está aquí https://interferencia.cl/articulos/el-sentido-del-tacto-en-tiempos-del-coronavirus, sin embargo Interferencia me autorizó a poner el artículo a continuación.
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Ricardo Martínez 30/03/2020 – 04:45
El distanciamiento social que se ha impuesto en estos días a causa de la pandemia del Covid-19 llama a la reflexión sobre lo esencial que resulta el sentido del tacto en la existencia humana y en la construcción de la comunidad.
Quizá la mejor manera en que se ha expresado en la cultura latinoamericana la importancia del tacto para la existencia y la experiencia humanas sea un pequeño texto de Jorge Luis Borges incluido en su libro Manual de Zoología Fantástica publicado en 1957, denominado Dos animales metafísicos.
En él, el narrador y poeta argentino explica una idea llamada “la estatua sensible de Condillac”.
Etienne Bonmot de Condillac, cuenta Borges, imaginó una estatua de mármol que podía pensar, pero que se hallaba desprovista de cualquier sentido. Y a la que, uno a uno, se le iban entregando las sensibilidades humanas. Primero el olfato, luego la audición, posteriormente el gusto, la visión, y, finalmente: el tacto.
Jorge Luis Borges explica por qué, para Condillac, tanto como para él mismo, este sentido es el que más hace que los seres humanos sientan su experiencia en el mundo: “Este último sentido le revelará [a la estatua] que existe el espacio y que, en el espacio, él está en un cuerpo; los sonidos, los olores y los colores le habían parecido, antes de esa etapa, simples variaciones o modificaciones de su conciencia”.
Es el tacto, más que cualquiera otro de los sentidos, el que otorga la sensación del estar en el aquí y en el ahora, como detalla pormenorizadamente el filósofo argentino Pablo Maurette en su colección de ensayos El Sentido Olvidado (Mardulce, 2015).
Varios sentidos en uno
De acuerdo con Maurette, el tacto no debe entenderse como un solo sentido, sino que como un conjunto de experiencias diferentes, asunto con el que coinciden latamente, por ejemplo, los especialistas en neurociencia, como Jamie Ward (The Student’s Guide to Cognitive Neuroscience, Psychology Press, 2015), quienes mencionan, entre otras, las experiencias quimiorreceptoras (sensaciones químicas, como las que produce el contacto de la piel con sustancias abrasivas) o termorreceptoras (sensaciones térmicas, como las que produce el contacto de la piel con superficies con diferentes grados de temperatura).
Maurette prefiere hablar del sentido háptico, antes del sentido táctil, pese a que el título de su libro habla del tacto como el sentido olvidado (en relación a otros sentidos, en especial la visión, o oculocentrismo). Esto, pues lo háptico incluye la exterocepción (el contacto de la piel o epidermis con las superficies exteriores), la interocepción (la percepción del interior del cuerpo), la propiocepción (la percepción del movimiento de las distintas partes del cuerpo y de la relación de unas con otras) y la cinestesia (la capacidad de moverse y la percepción del movimiento).
De tal modo, con la concepción más amplia de este sentido, Maurette sostiene que en un apretón de manos puede, además, encontrarse la otra más fascinante dimensión del tacto; la que no solo hace que los seres humanos tengan la sensación del aquí y el ahora, sino que también la de estar con otras personas. Se trata esto entonces también del encuentro y de la empatía.
Justamente respecto de la empatía, para cualquier persona que haya estudiado psicología quizá uno de los experimentos más recordados y famosos sea el Experimento de Harlow.
Harry Harlow, a fines de los años 50, inicios de los 60 crió monos rhesus con dos madres adoptivas falsas. Una de ellas era de metal y disponía de alimento, mientras que la otra no disponía de alimento, pero estaba hecha de material suave. Cuando los monitos eran amenazados por un robot infernal, ellos corrían a cobijarse con la madre mullida. Porque el tacto de esa madre mullida y suave era, al tacto, más protectora.
Eso está en la base de una de las teorías más importantes de la ciencia del desarrollo cognitivo, la Teoría del Apego (Bowlby, Maternal care and mental health, 1951).
Además de ello, el tacto, y la distancia, la distancia social, se relacionan con un dominio que ha sido un campo de estudio muy caro a las ciencias de la comunicación humana desde la década de los 60; la proxémica.
La proxémica estudia la proximidad, esto es, las distancias que guardan las personas entre sí en distintas situaciones y en distintos tipos de relaciones. Personas que son más cercanas, como las parejas, suelen tener contactos cuerpo a cuerpo mientras caminan por la calle, mientras que dos personas que intercambian saludos en el campo chileno, suelen mantener distancia.
Cada cultura, como decía Edward T. Hall, guarda sus propios códigos proxémicos: las culturas anglosajonas son más distantes en general, las latinoamericanas, mucho más próximas.
Como sea, el confinamiento y las cuarentenas afectan duramente al sentido del tacto en su dimensión afectiva y social.
Antes de esta experiencia colectiva de aislamiento, este sentido fue explorado artísticamente por la coreógrafa chilena Ana Carvajal, quien a través de la danza contemporánea y el Método Feldenkrais, que estudia la autoconciencia corporal, hizo obras que reflexionan sobre el sentido del tacto: Solaz, Pogo y Háptico, esta última una obra en la que los performers se mueven, relacionan y bailan privados completamente del sentido de la vista.
«Tocar es la manera en que existimos realmente. Al tocar a otro, somos tocados a su vez, y podemos tener la certeza de que estamos aquí», dice la artista a INTERFERENCIA.
«Si bien somos tocados por otros cuerpos inertes constantemente, incluso por las moléculas del aire, el vacío de no sentir a otro puede influir en nuestra autoimagen, pues nos conocemos o reconocemos a través del tacto de otro», dice Carvajal, quien en Pogo recreó los conciertos punk y la danza mosh o pogo, en el que el público goza y encuentra sentido metatribal al buscar el contacto con otros.
Según la coreógrafa, Chile «parece ser uno de los países de Latinoamérica más reticente a los saludos de abrazo y besos constantes, pero seguimos siendo bastante más efusivos que en cualquier país europeo, y eso influye sin duda en las relaciones humanas y en cómo se viven los afectos».
De tal modo, no es fácil predecir los efectos culturales del coronavirus relacionados a los cambio en el sentido háptico. «Si bien desde el Me Too, muchos hombres se han puesto más conscientes de si su gestos o cercanía corporal molestan o invaden, existe una proxémica natural que luego de esta pandemia puede cambiar y no me imagino lo que eso pueda significar en nuestra percepción del espacio y del goce de estar con otros”, dice Carvajal.
Así surgen muchas preguntas que son tempranas de ser respondidas:
¿Qué sucederá con el Covid-19 y el tacto que hace que los seres humanos sientan que están en el aquí y en el ahora, en el contacto con las otras personas?
Con la distancia social (física) ¿se convertirán los apretones de manos y los abrazos en cosas del pasado?
¿Qué efectos tendrá sobre el apego, también el de las personas adultas, la ausencia de contacto físico que parecerá convertirse en la nueva norma?
¿Habrá que acostumbrarse a los saludos a la distancia como aquellos saludos vulcanos tipo, Live long and prosper?
Todo un campo de estudio es el que se abre con estos cambios que se avecinan.